domingo, 8 de octubre de 2017

Lo que me queda de vida...



Nací en una ciudad de frontera y pertenezco a una generación que tenía un solo mandato: hacer las cosas bien; lo mejor posible siempre. Así, desarrollé un sentido del deber que me marcó. Debía ser buena hija, buena estudiante, la mejor esposa, una buena madre, la mejor profesionista, la mejor, la mejor, la mejor…. Deber, deber, deber… Y sí, hice todas esas cosas. Cumplí a mi manera -o de la mejor manera que pude y supe- con todos y cada uno de los roles que consciente o inconscientemente elegí. No sé si lo hice bien o mal, pero lo hice, y poco me importa ahora ponerle un calificativo a mi vida pasada.

A esta altura, lo que verdaderamente valoro es el hecho de haber logrado superar todos esos “deberes” y tener la oportunidad de descubrirme y “darme permiso” de simplemente ser, con toda la libertad que merezco y que intencionalmente busqué.

Hoy me pertenezco sólo a mí misma y si quiero estar sola, no pasa nada; si quiero salir con alguien, o viajar sola, lo hago sin dar explicaciones. Igual si quiero dedicar mi día a leer, a ver películas, a experimentar una receta nueva, o estar en el jardín o a irme a mirar vidrieras. Sí, es verdad que a veces extraño a mis hijos y me hacen falta, pero con la facilidad de comunicación que tenemos hoy día, les llamo usando video y ya los tengo cerca. Otras veces elijo estar sola o no hacer nada y está bien. Ya demostré con creces quién soy como persona.

Por eso, lo que me queda de vida será para disfrutar mi tiempo con quien me plazca y cómo me plazca: escribir, leer, practicar yoga, viajar, conocer gente diferente, compartir una actividad, tomar café con alguien, vivir donde se me antoje, o quedarme en casa haciendo lo que quiera, así sea estar sin hacer nada.

Me he dado cuenta que por más que los demás nos amen mucho y seamos importantes para ellos, todos seguirán viviendo cuando no estemos. Por eso ya es tiempo de NUESTRO tiempo, y de dejar de “presentar examen” y buscar la aprobación en tantos roles con que la vida nos puso a prueba o los que inconscientemente elegimos. No pienso tener un “examen” más de nada, eso incluye familia y amigos también.

Nosotras, las de mi generación ya cumplimos. ¡Y vaya que lo hicimos sobradamente bien! Fuimos buenas hijas, estudiamos, cumplimos como madres y esposas (con todo lo que ello conlleva: desde cocinar hasta consolar y curar enfermos, pasando por muchos roles más); trabajamos, cuidamos padres, estuvimos presentes cada vez que alguien nos necesitó... Y no es que haya queja por ello. ¡No! ¡Eso nos forjó! Pero sí me pregunto y te pregunto: ¿Acaso en unos años más levantarán un monumento donde se lea: “A una gran mujer, ejemplar y virtuosa”? ¡Claro que no! Y si se diera el caso, sería para escribirlo en una lápida y ni nos enteraríamos porque estaríamos varios metros bajo tierra.

¡Por eso ya es hora de soltar ideas agotadas, creencias obsoletas, roles autoimpuestos, en fin, aflojar ataduras para dejar sólo los lazos perennes del amor incondicional y aprender a relajarnos y divertirnos más!

Muchas veces nos asombramos al ver qué rápido pasó la vida, distraídas como estábamos haciendo mil cosas. También me pregunto y te pregunto: ¿cuánto nos queda de vida? No lo sabemos, por suerte nadie lo sabe, sólo el Gran Hacedor conoce nuestro destino. ¿Algo cambiará en quienes nos quieren, cuando nos vayamos? No, la vida seguirá igual en nuestra ausencia y hasta tal vez dirán: "la “ñora” (así me dicen mis hijas) estaba un poco loca los últimos años".

Por eso digo que ya es hora de abrazarnos a nosotras mismas para amarnos incondicionalmente con todo el corazón. También ya es tiempo de reconocer que la única/el único responsable de nuestro bienestar somos nosotros. Nadie tiene ese poder sino nosotros, por eso abramos la puerta a la conciencia. Aprendamos a decir NO cuando queramos decir NO. Y aprendamos también a alejarnos de la gente que no sirve para nada; que no suma, sólo resta.

Ya va siendo hora de discernir y reconocer quién valora la amistad, el cariño y la compañía que damos. Reunámonos cada vez que podamos con aquellos que nos hacen reír, que nos dan amor y nos aceptan tal cual somos. Practiquemos nuestra merecida libertad, pero, sobre todo, liberemos nuestro ser de ataduras y creencias inútiles. La vida es un tesoro, démosle el valor que merece y seamos protagonistas conscientes de nuestra propia historia.

Sin falsos egoísmos y sí con mucho amor por nosotras, lo que te queda de vida; lo que me queda, lo que nos queda, que sea para vivirla muy despierta, alumbrada con la luz interior y el gozo de sabernos en armonía y en paz.
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